Ideales imposibles
Entre la esperanza y la decepción: el costo de perseguir lo imposible
Existe un efecto dañino sobre la autoestima producido por la persecución de ideales imposibles de conseguir, los valores de la sociedad en que vivimos (que a menudo transformamos en crueles “deberías”), y que a menudo afectan tanto a apariencias físicas como aptitudes psicológicas, nos sirven de referente a la hora de formar nuestras aspiraciones.
El desequilibrio entre nuestros anhelos y logros es, pues, una causa de entre otras muchas de poseer una autoestima de mala calidad. Las frustraciones fomentan la insatisfacción y el rechazo a uno mismo.
Bastantes hombres y mujeres se defienden de estos sentimientos penosos anestesiados con alcohol u otras drogas. A la larga, estas sustancias adictivas minan el autocontrol sobre sus vidas y agravan el hundimiento y decepción consigo mismos. Y es que las adicciones pueden ser causa y efecto de una autoestima pobre y deteriorada.
En nuestro tiempo es obvio que la sociedad occidental fomenta expectativas inalcanzables de perfección física y alimenta la obsesión por el cuerpo. Desafortunadamente, el esfuerzo infatigable de tantas personas por alcanzar un cuerpo juvenil, delgado, fibrado y erótico que hoy glorifica la cultura y la industria de la belleza, la realidad es que este ideal se encuentra fuera de las posibilidades biológicas de la mayoría. En la mayoría de estos caos que, a priori, parece legítimos se convierten en sueños irrealizables que sirven de guión para el curso de graves y hasta mortales enfermedades de alimentación.
Las adicciones pueden ser causa y efecto de una autoestima pobre y deteriorada.
Ejemplos de todo ello tenemos la anorexia: aversión obsesiva e inquebrantable a la comida que se traduce en un peso inferior al 85 por ciento de la norma, terror a engordar, interrupción de la menstruación y actitud de negación del problema. O la bulimia distorsión en la percepción del cuerpo y fobia a la gordura, donde hay episodios de atracones alimentarios seguidos de vómitos provocados por sentimiento de culpa ante el preceptivo atracón.
También la obesidad, que consiste en una acumulación de grasa del 40 por cien del límite aconsejable según la altura de la persona. Las personas obesas, aunque no suelen acudir a medidas tan extremas para adelgazada también son víctimas del espejo y la báscula y tiene gran dificultad para distinguir entre comer por hambre o por estados emocionales como ansiedad o tristeza.
Además del papel que juega en estos trastornos el mensaje social sobre la figura ideal, la tendencia a la adicción también juega un papel preponderante. Los anoréxicos reconocen en algún momento de su enfermedad que el estado de desnutrición es adictivo porque satisface alguna necesidad emocional importante, como la sexualidad. Para los bélicos u obesos, aplacar el dolor crónico del hambre, real o imaginarios, es una manera compulsiva de satisfacer sus necesidades afectivas.
Sea como fuere, los afectados por estas dolencias, además de padecer dolencias médicas e incluso poder llegar a morir prematuramente, tienen un común rechazo de su imagen corporal u de sí mismos como personas.